Mi nombre es Rebeca, tengo 21 años y soy de Zaragoza. Actualmente me encuentro estudiando la carrera de Ingeniería de Diseño Industrial y Desarrollo del Producto en la universidad de mi ciudad. La idea de realizar este periodo de voluntariado surgió de una reestructuración de mi etapa académica, con un lapso de tres meses que decidí invertir en obtener una visión distinta de la realidad que hasta ahora había conocido. Me decanté por acercarme a la vida de miles de personas migrantes, mayoritariamente procedentes de países subsaharianos, y realizar un periodo de voluntariado con la Delegación Diocesana de Migraciones en la ciudad de Laâyoune. Aquí no solo he tenido la oportunidad de aproximarme a este contexto migrante, sino también de vivir la particular cultura árabe de esta ciudad completamente rodeada por el desierto del Sáhara, a escasos kilómetros de la costa africana más próxima a las islas Canarias.
Una de mis labores principales era la acogida de los beneficiarios en nuestro local de trabajo y su derivación a diferentes ámbitos, médico o social principalmente. Este puesto permite hacerse una idea considerablemente amplia de la situación de las personas a las que se atiende. Esto se debe a que, de todos los problemas presentados, como organización, solo se tiene la capacidad de abordar algunos concretos. El trabajo realizado por la delegación es capaz de cubrir tan solo una parte, para nada insignificante, pero si pequeña frente a la gran necesidad existente, lo cual muchas veces genera gran frustración que es necesario gestionar.
Aparecen personas cuya meta pasa a ser el mañana y no tanto el país en el que deseaban habitar, ya que las condiciones han cambiado las prioridades y la prioridad número uno es sobrevivir. Personas que se han quedado sin un lugar donde dormir, y, si lo tienen, es una habitación del tamaño del colchón en el que reposar, la cual se comparte, en el caso de ser mujer, con los hijos que ha dado a luz en sus años de ruta migratoria, a pesar de no haberlos planeado.
Estos niños viven los primeros años de su infancia entre cuatro paredes, escondidos y sin poder desarrollarse, manifestándose esto en falta de capacidades fundamentales, como el habla en edades ya avanzadas. El cuidar de estos pequeños dificulta notablemente la propia subsistencia de las madres, ya que deben hacerse cargo de ellos y esto les imposibilita trabajar.
Muchas de las personas presentan dolor por todo el cuerpo, pero lo que les duele no es la cabeza, el pecho, las piernas y la tripa, sino la vida. De la misma manera, se presentan personas con fracturas y lesiones verdaderamente graves y apenas les duele, porque les duele más la situación que viven que las heridas físicas.
El local de la delegación es el sitio seguro en el que sacar todos estos aspectos a la luz, pero no por ello faltan esperanzas y ganas de seguir adelante, algo de lo que sin duda también me llevo un gran aprendizaje. Nunca han faltado risas con las embarazadas, entretenimientos improvisados con los niños que acompañaban a sus madres y charlas distendidas en los bancos de sala de espera sobre temas banales.
Resumiría mi experiencia con un “À demain inshallah” (Hasta mañana si Dios quiere), la forma de despedirnos más frecuente durante mi estancia, representando así la manera en la que, en esta situación, no se da nada por sentado, pero a la vez se pone esperanza en que las cosas ocurran.