Hay cosas muy bonitas que suceden en este mundo que vivimos, y hay que hacerlas notar para no caer en la tentación de creer que lo malo y lo feo es lo que predomina. A veces somos testigos excepcionales de momentos que ponen de manifiesto la alegría de sentirnos hermanos, de estar felices y despreocupados, de vivir la vida como Dios quiere que sea vivida, en paz y armonía. Uno de esos momentos mágicos ocurrió este pasado viernes en nuestra parroquia, en la sede de Pañoleta. Celebrábamos la IX Fiesta del Inmigrante. Por la experiencia de años anteriores ya sabíamos que iba a haber mucha participación y, además, se habían repartido 80 invitaciones. Íbamos sobre seguro. Aún así nos sorprendió la cantidad y, sobre todo, la calidad humana de los asistentes. No faltaba nadie, estaban todos, de distintos continentes, razas, etnias, confesiones y culturas. Había personas de trece nacionalidades distintas. Una representación bien avenida, codo con codo, sin reparos. Como creemos y queremos que sea siempre. La introducción la hizo Fernando con estas palabras: “Muchos muros separan a la humanidad. La clase social, la cultura, la procedencia étnica, la religión, el lugar de nacimiento.., suelen ser barreras que dividen a los seres humanos y que muchas veces nos hacen olvidar lo que debería ser la única verdad que está por encima de nuestras diferencias y singularidades: que todos somos personas e hijos de la madre Tierra. Nuestra sencilla parroquia quiere contribuir a hacer realidad esta verdad fundamental. De ahí, esta fiesta anual en donde todos, vengan de donde vengan y crean en lo que crean, compartimos los mismos alimentos y participamos de la misma alegría. Esta fiesta es un signo, un anticipo, de lo que queremos para la humanidad: que un día todos los humanos puedan sentarse a la mesa como hermanos a compartir juntos los bienes de la creación. Sabemos que queda mucho para que este sueño sea una realidad, pero no renunciamos a soñar, no aceptamos la injusticia de dividir a hombres y mujeres en regulares e irregulares, blancos y negros, ricos y pobres, creyentes y no creyentes. Al contrario, contribuyamos cada uno, en la medida de nuestros medios y nuestras posibilidades, a que este mundo sea más humano y a que todos vivamos más felices y más hermanados. Por eso, antes de nada, vamos a cogernos de la mano y a transmitirnos en silencio, a través del contacto físico, las energías positivas que encerramos en nuestro corazón, y que esas energías lleguen también a los inmigrantes de Lampedusa, a los que se agolpan ante las barreras fronterizas de Ceuta y Melilla, a los damnificados del tifón que ha asolado las Filipinas, a las víctimas de los conflictos armados de Oriente Próximo y de África, a los empobrecidos de la tierra y, en general, a todos los que ven pisoteados sus derechos humanos más elementales. Bienvenidos, que lo paséis bien y que Dios os bendiga” Tras unas breves palabras de presentación de Concha y Mariví, intervino la paraguaya Elva Cecilia, en representación de todos los inmigrantes de la parroquia, con palabras de agradecimiento y cariño por estos actos. Ocurrió que Elva Cecilia estaba de cumpleaños y ya se aprovechó para empezar la fiesta cantándole el cumpleaños feliz. Las palabras de Miguel Galindo, antiguo parroquiano muy querido y veterano de Cáritas, terminaron de ubicarnos cuando sencillamente nos dijo: “Yo estoy aquí porque siempre estuve aquí, porque esta es mi casa”. A partir de ahí todo transcurrió como cuando celebramos algo entre amigos, todos animosos en atender y ser atendidos. Cada uno haciendo partícipe a todos, desde su libre interpretación, de lo que es la celebración de una fiesta multicultural. La aportación culinaria fue la mayor que se recuerda: cada uno trajo algo típico de su país. Pudimos degustar empanadillas rumanas, sancocho dominicano, cus-cús en tallín marroquí, dulces polacos variados de vainilla y de calabaza... y más cosas... Por primera vez vimos a las propias autoras del festín partir y repartir la comida, moviéndose alegremente entre las distintas mesas ofreciendo su comida a todo el mundo. La proyección de imágenes de distintos países hizo revivir en todos los recuerdos de otras formas de vida, imágenes llenas de luz, de colorido y tal vez de añoranza. En el apartado musical abrió el camino Hylari, como el año anterior, interpretando una sentida canción de su país. pero luciendo este año, además, una vestimenta de gala. También por primera vez las mujeres norteafricanas, trajeadas con sus atuendos típicos y de manera totalmente espontánea, interpretaron esos sonidos guturales tan típicos en todos sus festejos. No nos cabe la menor duda de que en esos momentos se sintieron transportadas a sus queridos países. Lógicamente también hubo representación de sevillanas interpretadas a la guitarra por savia nueva y joven de nuestra parroquia, acompañando al cante espontáneo de cantaoras mas experimentadas. Queremos terminar esta crónica haciendo referencia al inicio del texto de Fernando: “Muchos muros separan a la humanidad”. Nuestra sencilla parroquia los tumbó a todos de un plumazo, con amor, el pasado viernes 23. Concha García [Imagen: VIII Fiesta de los Inmigrantes, 2012]