R. Cuando me nombraron delegado de migraciones era consciente, por un lado, de la situación de vulnerabilidad y desprotección social que sufrían muchos de nuestros hermanos migrantes desde la administración pública y, por otro lado, de la cantidad de prejuicios de los que son objeto por una buena parte de la sociedad. Pero en ningún momento se me pasó por la cabeza que todo se agravara con motivo de una crisis sanitaria como la que estamos viviendo, que desafortunadamente ha puesto al descubierto las carencias en materia social y que siempre golpea de manera mucho más incisiva a los colectivos más vulnerables, entre los que se encuentran muchos migrantes.
R. Son muchísimas las carencias en materia social. De entre todas, destacaría, de manera general, la falta de recursos económicos destinados por parte de la administración para cubrir las necesidades de las familias que viven en precario. No nos podemos ni imaginar cómo se han multiplicado los casos de precariedad sobrevenida como consecuencia de la pandemia, personas migrantes que han perdido el empleo y por ello su situación regular en nuestro país, por lo que no pierden solo el empleo, sino que vuelven a ser invisibles a todos los niveles, perdiendo, por tanto, derechos propios y familiares. Un migrante que pierde el empleo y su condición administrativa regular deja de ser persona, es invisible. ¿Tiene esto algún sentido? No podemos quedar indiferentes ante tal injusticia.
Otra de las carencias, a destacar, es la emergencia habitacional. Se han multiplicado las demandas de acogidas y nos encontramos con que no hay recursos para atender de manera digna a muchas personas que se ven avocadas a vivir a la intemperie. ¿Cuántos procesos extraordinarios de promoción e integración de personas extuteladas se han visto bruscamente finalizados al cumplir la mayoría de edad? Además de la cantidad de familias migrantes que no pueden hacer frente al pago de los alquileres, exponiéndose a la pérdida de su vivienda habitual.
R. A nivel personal lo viví con la preocupación propia de una situación desconocida y, eso sí, experimentando de primera mano una vulnerabilidad que, a priori, parecía reservada a otros. La pandemia nos ha situado en un mismo plano, y eso tenemos que aprovecharlo para no volver a pensar que la necesidad, la vulnerabilidad y el qué pasará conmigo mañana se vean como algo propio de un determinado colectivo, sino que, como personas, iguales en dignidad, tenemos los mismo derechos y necesidades.
En aquel momento era párroco de dos pueblos pequeños de la Sierra Norte (El Garrobo y El Ronquillo) donde el virus no se hizo especialmente visible, por lo que las Cáritas de las parroquias siguieron con su actividad habitual. Sí se incrementó, sin embargo, la comunicación y coordinación con los respectivos servicios sociales de cada municipio, algo que siempre es buena noticia.
Lo de la Delegación sí fue mucho más preocupante. Había días que nos sentíamos desbordados ante la demanda de ayuda, asesoramiento... Muchísima gente sin tener lo básico para satisfacer las necesidades más elementales. Se hizo un esfuerzo grande de coordinación entre las distintas entidades: Cáritas Diocesana y parroquiales, asociaciones civiles y religiosas e iniciativas privadas para tratar de dar respuesta y paliar situaciones de auténtica necesidad.
R. El proyecto responde a una necesidad imperiosa. Veíamos cómo la crisis estaba provocando que personas y familias, que ya estaban en situación de vulnerabilidad, pasasen directamente a la precariedad social, y aunque se comenzaron a tomar medidas por parte de las administraciones, no eran suficientes para dar cobertura y protección a muchas de estas familias. Además de la Iglesia, fueron muchas las iniciativas solidarias, de personas y entidades, que están ayudando en los distintos pueblos y barrios a vecinos que sufren esta situación. Pero veíamos que muchas personas migrantes y sus familias podían quedarse fuera de toda ayuda, agravándose su situación de vulnerabilidad. Fue así cómo desde la Delegación y Cáritas Diocesana, con el Proyecto Nazaret, nos pusimos a valorar la posibilidad de una nueva vía que atendiera las necesidades de estas personas.
R. Desafortunadamente, nos hemos encontrado con muchos casos. Los más sangrantes, sin duda, aquellas familias con menores a su cargo. ¿Cómo explica un padre o una madre que no tiene para dar de comer a sus hijos cuando estos le dicen que tienen hambre? Esto ha pasado en Sevilla en el 2020. Un virus desconocido, que llega por sorpresa y las autoridades decretan un confinamiento por motivos sanitarios, ha hecho que muchas personas trabajando en precario, sin contrato, cobrado poco y viviendo al día, se quedaran sin nada a las dos semanas del confinamiento. Nos han llegado peticiones de todo tipo, desde alimentación, suministros... hasta personas que no pudiendo hacer frente al alquiler eran amenazadas con ponerlas en la calle. Y podemos pensar, ¿cómo es posible, si se abogó por decretar una prórroga para hacer frente estos pagos?. No olvidemos que muchos de los migrantes viven en habitaciones subarrendadas sin ningún tipo de contrato ni derecho.
R. Desde un primer momento, teníamos claro que no podíamos duplicar recursos. Por eso ha sido un trabajo de coordinación entre todos, donde han jugado un papel fundamental las Cáritas parroquiales con los técnicos de zona a la cabeza. Muchos fueron derivados a su Cáritas correspondiente, a los servicios sociales de los ayuntamientos... Aquellos que no podían acceder a nada de eso, por distintas circunstancias, han sido los que desde el proyecto se les ha ido acompañando.
R. Tristemente es así, pero yo iría un poco más allá: «papeles» sigue siendo sinónimo de persona. Y si no eres persona no eres nada. No tienes derechos, no cuentas con protección de ningún tipo. Eres absolutamente invisible en todos los sentidos menos en uno que sí te hace visible, y muy visible, ante la administración, pero no para darte protección, asesoramiento y ayuda, sino para abrirte un expediente de expulsión. ¡Nada más! ¿Hay algo más indigno que arrebatarte la condición de persona? La persona es lo primero, su dignidad es inalienable, porque ha sido creada a imagen de Dios. Esto es irrefutable.
R. Tenemos que seguir trabajando en esta línea para romper toda clase de prejuicios e ideologías que hacen tanto daño, a la sociedad en general y a uno mismo en particular. Tenemos que apostar por la cultura del encuentro, pero no solo de palabra, sino con obras concretas en nuestra vida ordinaria. Es cierto que no partimos de cero, hay un camino recorrido. Entidades civiles, eclesiásticas, iniciativas privadas... llevan años escuchando el grito desesperado de muchas personas que, por cuestiones de origen, raza o color de piel, pasan auténticas calamidades y son objetos de menosprecio y rechazo. ¡Qué importante es el trabajo en red, para que entre todos podamos devolver a estos hermanos tantos derechos arrebatados!
Tenemos que seguir sensibilizando y visibilizando esta realidad también en la Iglesia, en las comunidades cristianas. No podemos quedar impasibles ante el dolor y el sufrimiento. Los cristianos tenemos que abrir caminos y situarnos en la primera línea del acogimiento y del servicio. Desde los tiempos de Moisés, en la Sagrada Escritura el forastero fue considerado digno de una especial atención.
En esta línea, nuestro arzobispo, don Juan José, nos decía en la despedida de la Cruz de Lampedusa: «En la Iglesia no hay, no puede haber, extranjeros. Los inmigrantes, lo sois en cuanto que os encontráis lejos de vuestra patria. Pero no lo sois en la Iglesia, que debe ser siempre casa abierta, mesa familiar, hogar cálido y acogedor para todos, en el que todos debemos sentirnos como en casa, en el que todos percibamos al otro, por muy distinto que sea, como alguien que me pertenece, como mi hermano».
R. Para contestar a esta cuestión, me hago eco del objetivo principal del proyecto: «promover el compromiso de la Archidiócesis de Sevilla, a través de sus comunidades parroquiales, con acciones encaminadas a favorecer la acogida, el acompañamiento y la integración de las personas migrantes, desde los valores de la cultura del encuentro de que nos habla el Papa Francisco y la reciprocidad». Es decir, que desde las comunidades cristianas hagamos realidad los cuatro verbos que el papa Francisco insistentemente nos invita a poner en práctica; acoger, proteger, promover e integrar a las personas migrantes que residen entre nosotros. Esta línea de trabajo engloba multitud de factores a tener en cuenta, que pasan desde la sensibilización en las comunidades cristianas a acciones mucho más concretas derivada de pequeños proyectos de cada comunidad, como pueden ser el apoyo a las necesidades básicas (vivienda, alimentación, medicación), acogida de jóvenes en contextos familiares, apoyo al acceso y fomento del empleo...
R. ¡Todas las del mundo! Sabemos que no es una empresa fácil, pero no podemos perder la esperanza. Además, ya existen experiencias en algunas parroquias de la Archidiócesis donde esto se ha ido gestando y desarrollado con gran implicación de la comunidad parroquial en su conjunto, donde los resultados han sido muy positivos. Es cuestión de ir sensibilizando y conociendo la realidad de las migraciones, de todo tipo de migraciones, no solo la que nos ofrecen los medios de comunicación. Cuando una persona conoce una realidad concreta no queda indiferente, le toca de lleno el corazón y pone todo lo que está en su mano. ¡Cuántos prejuicios han desaparecido cuando nos hemos acercado a la experiencia vital del otro y nos hemos puesto en su lugar! Desde la Delegación de Migraciones y Cáritas Diocesana sabemos del interés y preocupación de muchas comunidades parroquiales por cómo acompañar de la mejor manera posible a estos hermanos nuestros, y el proyecto es una oportunidad para compartir la fe y la vida como unos auténticos hijos de Dios.
Permítame, desde aquí, invitar a todas las personas a conocer el proyecto, tratarlo en su parroquia, con el párroco y otros agentes de pastoral, y poner en marcha todos los mecanismos para comenzar a dar vida al proyecto «Hermano migrante, no estás solo» en su parroquia.
El proyecto se puso en marcha durante el mes de abril, como respuesta a la grave situación de desamparo que experimentó este colectivo consecuencia del confinamiento. Además de ver interrumpida su actividad y, por tanto, su fuente de ingresos, sufrió la inaccesibilidad a cualquier tipo de ayuda pública precisamente por su situación de irregularidad. Por este motivo, ambas pastorales impulsan este proyecto con el objetivo de dar respuesta a las necesidades de los migrantes. El trabajo compartido ha provocado una profunda reflexión sobre el papel que juega la Iglesia más cercana con los migrantes, la capacidad de acogida y el trabajo que se realiza en aras de su integración.
Fruto de esta reflexión, nació una nueva línea de trabajo para promover el compromiso de la Archidiócesis de Sevilla, a través de sus comunidades parroquiales, con acciones encaminadas a favorecer la acogida, el acompañamiento y la integración de las personas migrantes, desde los valores de la cultura del encuentro y reciprocidad a los que hace referencia el papa Francisco.
Desde la Delegación Diocesana de Migraciones se hace una llamada a la comunidad de fieles a seguir centrando la mirada en las personas más vulnerables, especialmente aquellos que más sufren, respondiendo con los valores del Evangelio, practicando la dimensión universal de la caridad ante la injusticia y trabajando para que los migrantes tengan un lugar privilegiado en hogares y parroquias.