El inicio de la guerra de Ucrania desencadenó una ola de solidaridad en nuestros pueblos y ciudades con múltiples iniciativas dirigidas a la acogida de personas que abandonaban esa nación huyendo de los horrores de la guerra. La sociedad en general percibió la urgencia de acoger a estas personas y todo el mundo se sensibilizó ante la realidad de sufrimiento y desamparo de los refugiados de Ucrania.
Pero me gustaría aprovechar esta circunstancia para reflexionar sobre la realidad del asilo y la protección internacional de las personas refugiadas. Según datos de ACNUR, 82,4 millones de personas viven forzosamente lejos de su hogar por guerras, violencia y graves violaciones de sus derechos fundamentales. Esto supone más del 1% de la población mundial y el número más alto jamás registrado por ACNUR. Actualmente, Siria es el primer país de origen de las personas refugiadas en el mundo, debido a una guerra que se ha cobrado cerca de 500.000 vidas y ha obligado a huir del país a 6,7 millones de personas. Junto a Venezuela (4 millones), Afganistán (2,6 millones), Sudán del Sur (2,2 millones) y Myanmar (1,1 millones) representan el 68% de todas las personas que buscan refugio en el mundo.
Sin embargo, contrariamente a lo que se piensa, el 86% de las personas refugiadas tratan de buscar refugio en países vecinos, generalmente con escasos recursos para poder garantizarles una acogida digna y el respeto de sus derechos humanos. Turquía, con 3,7 millones de personas refugiadas, es el principal país donde se quedan atrapadas debido a las políticas de cierre y externalización de fronteras de Europa. Colombia, Pakistán, Uganda y Alemania completan la lista de los cinco principales países de acogida del mundo.
A lo largo de 2021, en España se presentaron un total de 88.762 solicitudes de asilo, un 25% menos que el año anterior. Hubo ese año un récord de resoluciones de expedientes, con 114.919, incluyendo los acumulados de otros años.
No obstante, solo el 5% fueron resueltos favorablemente, una cifra muy inferior a la media europea del 33%. Ello significa que ese 95% de personas que solicitan protección internacional en nuestro país y a las que se les deniega, quedan en absoluta situación de vulnerabilidad, sin documentación y sin posibilidad de trabajar en nuestro país o de acceder a ningún tipo de ayuda pública.
La Unión Europea ha arbitrado para los ciudadanos que vienen huyendo de la guerra de Ucrania un procedimiento urgente de acogida temporal que les permite tener permiso de residencia y trabajo por un plazo de un año, con la posibilidad de ampliación a otros dos y acceso a sistemas de ayudas para atención primaria, vivienda, así como la cobertura de gastos sanitarios, escolarización de menores, etc.
Tanto las ayudas que provienen de las Administraciones, como la solidaridad de organizaciones y también de personas a título individual, están siendo una respuesta eficaz ante la llegada y la integración de personas que se ven obligadas a abandonar Ucrania por razón de la guerra.
Ello no nos puede hacer olvidar a otros muchos que vienen huyendo de las guerras olvidadas de África, de las actuaciones de los grupos de terrorismo yihadista, de dictaduras ignominiosas… Ya se anuncia por parte de Cáritas Internacional y de Manos Unidas, entre otras organizaciones, la situación de hambruna desencadenada en naciones del África subsahariana y que está obligando a desplazamientos importantes de población. Muchos de ellos están a escasos cientos de kilómetros de nosotros, a las puertas de Europa.
Muy pocos se acuerdan de ellos, nadie fleta autobuses para traerles y acogerlos en nuestras casas…les ponemos vallas y concertinas, firmamos tratados con países terceros para que no los dejen pasar. Crecen los discursos de odio y rechazo.
O nuestra mirada y nuestra reacción es de igual intensidad ante todas las realidades de sufrimiento que generan los fenómenos de movilidad humana, sean estos provocados por la razón que sean, o no seremos fieles a nuestra aspiración a la fraternidad entre todos los seres humanos.