Fortaleza, perseverancia y esperanza

Tiempo de encuentro


Tiempo de encuentro


Salvador Diánez Navarro, delegado episcopal, publicado en el Boletín informativo número 92

 

Con estas palabras el papa Francisco mostraba, una vez más, su dolor ante el naufragio, el pasado mes de junio, frente a las costas griegas, de un pesquero lleno de personas migrantes.

Estas vez fueron setecientas, entre ellas unos cien niños, en su mayoría procedentes de Pakistán, Siria y Egipto. Quedaron a la deriva ante la pasividad de la guardia costera encargada de custodiar aquella zona del Mediterráneo.

No por mucho que se repita la historia se mitigan el

No por mucho que se repita la historia tenemos que naturalizar y normalizar la situación de desprotección de las personas migrantes

dolor y el sufrimiento. No por mucho que se repita la historia hemos de olvidar la denuncia profética. No por mucho que se repita la historia tenemos, los cristianos, que callar ante las políticas internacionales sobre migración. No
por mucho que se repita la historia tenemos que naturalizar y normalizar
la desprotección más absoluta a la que se enfrentan tantos hermanos nuestros durante sus rutas migratorias, ya sea por tierra, mar o aire.

 

Pocos días después de esta tragedia griega, una más entre tantas de las que no nos queda la más mínima constancia, nos despertábamos de nuevo sobresaltados con la noticia de otro naufragio. En esta ocasión, no se trataban de migrantes que a la desesperada trataban de alcanzar las costas
griegas, ni se trataba de un barco abarrotado con cientos de personas, sino del sumergible Titán, que transportaba a cinco tripulantes en una misión turística exploratoria a los restos del Titanic.

No por mucho que se repita la historia tenemos que naturalizar y normalizar la situación de desprotección de las personas migrantes

Esta perdió contacto con su base de operaciones, lo que desencadenó operaciones de la Armada y los guardacostas de EE.UU., de Canadá y de otros países con el objetivo de localizar y recuperar con éxito a la nave y sus ocupantes. No se escatimaron esfuerzos, porque la vida humana es un don
que custodiar y proteger. No faltó la cobertura mediática, con repercusión a nivel mundial. Y todos, durante la búsqueda del sumergible, mantuvimos la esperanza de hallar con vida a los tripulantes, agradeciendo el despliegue de medios. No pudo ser, tres días más tarde se confirmó la tragedia.

Desde el dolor causado por la suerte de unos y otros, coincidía, leyendo un artículo sobre la diferencia en el tratamiento de ambas noticias y la diferencia en la preocupación y los medios desplegados por las autoridades competentes, con la autora de este que diferenciaba entre el «anonimato sin rostro» de los refugiados en el Mediterráneo del reconocimiento otorgado a los cinco tripulantes del Titán. Una vez más asistía con asombro e indignación a la desigual valoración de las vidas humanas. En función de la situación política, económica y social de cada uno se tendrá derecho o no a que su vida sea garantizada, custodiada y protegida.

Hace algunos años, con ocasión del décimo aniversario de la Asociación Ciencia y Vida, el papa Francisco expresaba: «El nivel de progreso de una civilización se mide precisamente por la capacidad de custodiar la vida, sobre todo en sus fases más frágiles, más que por la difusión de instrumentos tecnológicos. Cuando hablamos del hombre, nunca olvidemos todos los atentados a la sacralidad de la vida humana. La plaga del aborto es un atentado a la vida. Es atentado a la vida dejar morir a nuestros hermanos en las pateras en el canal de Sicilia. Es atentado a la vida la muerte en el trabajo por no respetar las mínimas condiciones de seguridad. Es atentado a la vida la muerte por desnutrición. Es atentado a la vida el terrorismo, la guerra, la violencia; pero también la eutanasia. Amar la vida es ocuparse siempre del otro, querer su bien, cultivar y respetar su dignidad trascendente».

¿Nos preguntamos, desde nuestro seguimiento a Cristo, cuál es el nivel de progreso de nuestra civilización ante la diferencia de trato en la custodia de la vida humana? ¿Vale más una vida que otra? ¿Qué papel juego en todo esto? ¿Cómo me sitúo ante la constante diferencia entre la vida de unos y la vida de otros?

No podemos ser parte de una sociedad que prioriza la vida de los ricos sobre la vida de los pobres

Cuestiones que hemos de abordar con urgencia cada uno

No podemos ser parte de una sociedad que prioriza la vida de los ricos sobre la vida de los pobres

desde lo personal, pero también desde nuestro ser comunidad, desde nuestro ser Iglesia en el mundo y acoger con amor fraterno a tantas personas naufragadas de nuestra historia, apostando siempre por la vida, sea cual sea su condición y situación.

 

Esto es lo que salva del frío de la indiferencia y de la inhumanidad. No podemos ser parte de una sociedad que prioriza la vida de los ricos sobre la vida de los pobres. No es esto lo que nos enseña Jesús en su Evangelio, ni su Iglesia en el Magisterio. Fortaleza, perseverancia y
esperanza son también las palabras que nos dirige a nosotros el papa.

Fortaleza para ser fuertes de ánimo, sobrellevar las dificultades, superar nuestros límites para contribuir desde nuestra pequeñez a la custodia de toda vida humana. Perseverancia para que nuestra actitud, como cristianos, se mantenga firme ante las injusticias que se producen entre ricos y pobre. Esperanza de saber que Dios no abandona nunca a sus hijos, que quien vive animado por la esperanza no cae en la pasividad. Al contrario, se esfuerza por transformar la realidad y hacerla mejor.

«Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado» (Fratelli Tutti). 

 

 

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